Alguien se va y no vuelve. Alguien nos deja sin palabras, con la mano extendida, los ojos clavados en el calendario. (Noche, mar, estrellas).
Alguien que estaba en nuestra vida se ha ido. Sin decir adiós, sin dar explicaciones. Como se van los días, como se van los años, como nos iremos todos.
Alguien que rebotó contra el parabrisas o se llevó las manos al vientre con un hervor quemándole las entrañas (¿por qué, Señor, por qué?), o sintió una opresión en el pecho, un malestar, y luego el ruido espantoso de las ambulancias.
O tal vez dijo volveré y no volvió porque se le cruzó la vida haciéndole guiños irresistibles. O quizá fue el temor, el pánico ante la imposible tarea de satisfacer deseos ajenos. O la nostalgia -y el coraje- de asumir por fin los suyos. O el pavor de ser devorado por los vampiros que susurran te necesito, ámame, quiero chuparte vivo. (Escapar de la incertidumbre, de la aniquilación de ser transformado en conserva).
Es así como alguien se marcha y no regresa. De golpe. Sientes el puñetazo en el estómago al descubrir una habitación inmensa, un grito sin voz, el beso sin boca, tu sed, acompañando tus sueños (¿por qué, Señor, por qué?).
Y se desliza una larga uña en tu espinazo al comprobar que la casa está vacía, que las calles están vacías, que los cines están vacíos, que los cafés están vacíos, sin su presencia. Y que tú mismo te has convertido en un cascarón deshabitado, porque se han llevado aquella sonrisa, su olor, sus manos.
Sabes que nada volverá a ser igual, que estás a punto de estallar, ahora mismo, frente al precipicio. Sin embargo, permaneces como atontado, sin saber qué hacer ni qué decir, con una lágrima apretada en la garganta. Entonces estrujas el periódico y te lo comes.
-Raúl de la Horra
Escrito por Marielette a las 13 de Agosto 2005 a las 05:41 AM