Hoy después de dejarte por última vez, me atrevo a escribir esto.
La cita del lunes está cancelada y no será porque los dos no estemos ahí.
Ahora pienso en esa conversación del viernes, ¿por qué no te dije nada más?
Podríamos haber salido juntos ese sábado y a lo mejor todavía estarías aquí.
Hoy estoy sin ti. Hoy recuerdo esas palabras, los reproches y los cumplidos.
Hoy no entiendo de donde he sacado fuerzas para acompañarte una semana, verte en una cama, hilado con tubos que entran y salen por todo tu cuerpo. No entiendo cómo he podido tomarte la mano, sentir que me sientes y no gritar para que despiertes. Veo tu cara, parece que duermes. Ese pelo donde tantas veces metí mis dedos, ahora dio paso a una cicatriz en forma de ese. Quisiera meterme en la cama contigo, sentir tu calor y que sientas el mío. No sirve de nada. Aunque vea tu cuerpo aquí, ya no me acompañas.
Tu madre está deshecha, tus hermanas, igual. Todas mujeres, todas implorando un milagro que no se da. Y llega ese día, el día en que tu cerebro dice no más, envía las órdenes pertinentes y todo se detiene para dejarte pasar. Te vas de aquí dejándonos con una carga de signos de interrogación.
Llega el coche fúnebre. Te llevan a dar las últimas vueltas de rigor y luego me toca vestirte. Ponerte guapo para el último viaje de tu cuerpo. En honor a ti, y con ese único pensamiento, me armo de fuerzas, te visto, te acompaño lo que sea necesario.
Veo las caras de extraños y conocidos. Todos pensamos lo mismo. Todos esperábamos un final distinto. Todos tendremos que seguir sin ti. Volver a ajustar las rutinas. Mantener tus proyectos. Realizar tus sueños. Llenar tu vacío.
Y ahora que todo ha pasado, puedo decirte desde el fondo de mi corazón, SI. La respuesta a la pregunta que ibas a hacerme el lunes, era SI. Llévate el SI. Déjame con este vacío. Que no hay peor reproche que el de tu ausencia. Déjame sin ti. Que no hay peor castigo que no estés aquí. Déjame sola. Que no hay peor condena que seguir viviendo, que buscar motivos, que intentar conciliar este dolor. No, no hay peor condena que el tiempo perdido. No hay peor condena que la palabra no dicha.
Ahora es tarde. No sé si me sientes, y si puedes escucharme. Espero que sepas lo que te llevaste y lo que dejas aquí. En honor a ti guardaré tus huellas. Y mientras pueda y tenga fuerzas, llevaré tu nombre como quien lleva una bandera. La portaré orgullosa, con la frente en alto y gritaré: carpe diem!
Triste y sombrío, mojado y frío.
Mi país no ha visto el sol en tres días y se esperan otros tres igual.
Mi país está lleno de lluvias y lágrimas de gente que huye de la naturaleza y sobrevive por instinto.
Mi país, que hoy tiene el corazón frío, se entibia a poquitos con muestras de solidaridad del propio pueblo que hace lo que puede y más para ayudar a sus hermanos.
Mi país hoy y mañana y durante mucho tiempo, necesitará una mano amiga, el calor de hermanos y alimento en el alma.
Somos hombres de maíz con corazón de hierro, humilde pero con ganas de salir adelante.
Hoy con el corazón encogido sólo puedo pedirle clemencia a la naturaleza, ayuda al que pueda darla, y fuerzas, fuerzas para poder hacer también yo, lo que deba con mis manos.